Qué me diríais vosotros si os contase que no se trata de ninguna alegoría. Que los gusanos son reales, y están aquí, bajo las uñas, tecleando compulsivamente mientras yo, lejos de las palabras, sigo vomitando. Son compañeros de escritura, temblorosos e incomprendidos. Quizá por eso me identifiqué con ellos y admití su hospedaje entre mis dedos. Cada vez que lloro, doy a luz a sus miles de larvas, y la maternidad fingida me permite esbozar la sonrisa cansada de los mártires por conveniencia.
En esa débil mueca revientan las últimas migajas de inocencia que mi cuerpo guardaba y después, soy yo quien explota, arrepentida y asustada, asqueada ante las bocas que penden de mi pecho para alimentarse a mi costa, de mi tristeza, la cual ensanchan y prolongan hasta que queda su sed saciada y se marchan bajo las uñas con sus iguales.
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